domingo, 11 de noviembre de 2012

1 - Fiestas Patronales




Ermita de Santa Ana

Las Fiestas Patronales

En realidad son numerosas las fiestas que existían en el mundo antiguo para celebrar la salida del invierno.

Es curioso por tanto que las lupercales romanas, que se celebraban el 15 de febrero en honor a Luperco dios pastoril, casi coincidan con nuestras fiestas de invierno.  Y es más, en el supuesto de que la primera luna llena de la primavera ocurriese con el inicio de ésta, prácticamente o bien coincidían con el Carnaval o eran una continuación. Era una forma de alargar el festejo de invierno unos días más.

No sabemos cómo la Iglesia, al cristianizar nuestra comarca, distribuyó las fiestas de cada pueblo, pero sí trató de que los Santos y por tanto los días de su celebración, al menos no fueran coincidentes, de forma que cada pueblo tuviera su propio santo Patrón. En otras ocasiones, los propios repobladores durante la reconquista trajeron sus Santos, propios de los lugares de donde procedían, ya que algunos de ellos, habían sido cristianizados varios siglos con anterioridad a nosotros.

La realidad es que la jerarquía eclesiástica trató de mantener las fiestas que se celebraban con anterioridad a la implantación del cristianismo, pero cambiando los símbolos, ahora con nombres de santos, que justificaban su festejo y así dejó en cada localidad una fiesta de invierno (Fiesta Chica) y otra de verano (Fiesta Mayor), como era norma en todo el mundo occidental.


Campos nevados

Las Fiestas de Invierno (Fiesta Chica)

En algunos pueblos agrícolas, que como Cucalón, pueden dedicar más días a festejos durante el invierno, esta estación en la que las faenas son mínimas, finalmente la Fiesta Chica va tomando un incremento tal sobre la fiesta principal que llega a convertirse en la Fiesta Mayor.

Así pues nuestra comunidad celebraba estas fiestas en honor de San Blas (día 3 de febrero) y Santa Águeda (día 5), con el boato y amplitud que hubiera requerido la fiesta grande. Se empezaban ya con el inicio del mes de febrero y las prolongaban al menos hasta el día 6, denominado la abuela de Santa Águeda. Se definía su duración en la coplilla que empezaba así:
El primero hace día,el segundo Santa María,el tercero San Blas,el cuarto, uno y más...


Para la vida de nuestros Santos nos vamos a basar en la hagiografía clásica sin tener en cuenta el rigor histórico, para lo cual vamos a seguir El Santoral de Luis Carandel (Madrid: Maeva, 1996).

San Blas nació en la segunda mitad del siglo III en Sebaste, una ciudad de Armenia, de donde llegó a ser obispo por tratarse de un santo varón. Fue médico de profesión y según se cuenta en la vida de los Santos, además de curar otras dolencias, un día se le presentó una mujer para que le sacase a su hijo una espina que se le había clavado en la garganta y que estaba a punto de ahogarlo. El Santo lo salvó, por lo que posteriormente fue declarado abogado de los males de garganta. En el año 316 fue decapitado, en tiempos del emperador Licinio.

Santa Águeda, que nació en Sicilia en el año 230, era rica, noble y de una gran belleza, por lo que era solicitada como esposa por un gran número de pretendientes, incluido Quinciano gobernador de la isla. Fue tanta la resistencia de Águeda a sus requerimientos matrimoniales, que aprovechando severos edictos del emperador Decio contra los cristianos, mandó que la apaleasen, desgarrasen sus carnes y le cortasen los pechos, pero aún así sanó de las heridas y murió el cinco de febrero del año 251. 

Estas fiestas, se celebraban con gran solemnidad religiosa, consistente en misa de terno con sermón, para lo cual se invitaba a los mejores oradores religiosos entre los sacerdotes del contorno. Y se recorrían las calles  del pueblo en una gran procesión, enarbolando las banderas y estandartes llevados por mozos y las imágenes de los Santos porteadas en andas, la de San Blas por hombres y la de Santa Águeda por mujeres, llevada en primer lugar en la procesión del día 5. A lo largo del recorrido la música tocaba las marchas adecuadas mientras la gente cantaba. En el báculo del Santo se colgaban los rollos, que habían realizado las jóvenes el día anterior en el horno y que posteriormente se comerían los quintos de aquel año.

La parte profana se celebraba al mismo tiempo y como era una época en la que no había apenas faenas agrícolas, duraban cuatro o cinco días como hemos dicho, desde el día dos, la Candelera, hasta el día seis, al que llamaban “la abuela de Santa Águeda”, que era una forma de alargar el jolgorio un día más.

Esta fase lúdica consistía en juegos y concursos diversos, como los de pelota, tiro de bola o tiro del barrón, saltos, carreras de sacos, carreras pedestres, carreras de burros con la albarda al revés o el de tratar de coger, montado en un burro, un tajo de jabón sumergido en un balde con agua. Y todavía se enterraba el balde en el suelo para hacerlo más profundo.

Una competición que tenía bastante aceptación entre el público y los deportistas, era la carrera pedestre (llamada “corrida”), a la que asistían, además de los del pueblo, los mejores corredores de la zona, ya que el premio era bastante sustancioso para la época. Consistía en dinero y un pollo para el que llegara en primer lugar a la meta y dinero proporcional al puesto, para los que llegaran en segunda y tercera posición. En nuestro pueblo había familias que proporcionaron buenos corredores y que también se desplazaban a las fiestas de otros pueblos para competir, obteniendo numerosos trofeos en este deporte.

Se iniciaba en la carretera, en la revuelta de la Balsa, a la orden de salida, al son de una marcha de la banda de música acompasada al ritmo del trote de los competidores, que corrían en calzoncillos y descalzos. Subían en cuesta hasta la fuente de los Zapos, dos o tres veces, según estuviera estipulado para finalizar en la meta. Cada vez que se acercaban en cada vuelta, la música los seguía a su ritmo, acrecentándolo sobre todo en la última vuelta como para dar aliento a los participantes y emoción a los que los observaban.
Para amenizar los festejos, se contrataba una banda de música que tocaba en la misa, en la procesión, en la carrera pedestre y todos los días en el baile, tarde y noche, que se celebraba bien en la Plaza o en el salón de turno.

Y esta fase era la más apreciada y provechada por la juventud. Venían mozos y mozas de los pueblos vecinos, lo cual propiciaba nuevas amistades que en muchas ocasiones terminaban en boda. Esto era biológicamente importante para el intercambio genético y de esta forma evitar la endogamia que podía darse en estas comunidades pequeñas y cerradas, donde la mayor parte están emparentados. Los apellidos lo atestiguan.

El día de Santa Águeda y para romper con los moldes establecidos por la costumbre, era el día propio de las mujeres recién casadas o próximas al matrimonio y lo aprovechaban todas para tomarse alguna pequeña licencia, intercambiando los roles de sometimiento al varón en el que desgraciadamente estaban inmersas y cuyas secuelas todavía perduran.

Para los chicos, como no había escuela, el festejo era múltiple y se divertían plenamente, si no participando, sí al menos observando y comprando alguna chuchería poco habitual.

Los mayores, como en la calle hacía bastante frío, necesitaban buscarse un cobijo. Y los hombres se reunían en el café y las mujeres en alguna casa para jugar a las cartas.



Procesión fiestas de
Santiago y Santa Ana


Las Fiestas de Verano (Fiesta Mayor)

Para estas fiestas podemos decir lo contrario de las de invierno. Como estaban dedicadas a Santiago Apóstol y Santa Ana, 25 y 26 de julio respectivamente, coincidían con la época de la recolección de la cosecha y por tanto del trabajo más fatigoso del año.

Santiago Apóstol, llamado el Mayor para distinguirlo de Santiago Alfeo, es el Patrón de Cucalón y la iglesia estaba erigida bajo su advocación. Dice la leyenda que viajó a España y en Zaragoza se le apareció la Virgen en carne mortal. A su vuelta a Judea fue decapitado por orden de Herodes Agripa, pero sus discípulos trasladaron el cadáver a España, en una barca que atracó en Iria Flavia (Padrón) y enterrado en lo que posteriormente se llamaría Compostela. También conocido como Santiago "Matamoros", posteriormente sería declarado Patrón de España.

Santa Ana, nació en Belén, de la tribu de Judá. Casada con Joaquín vivieron muchos años sin tener descendencia y creyeron que su esterilidad era una maldición de Dios. Juntos en oración prometieron que si tenían un hijo lo consagrarían al templo. Al nacer la Virgen se trasladaron a Jerusalén para cumplir la promesa y a la vez estar cerca de su hija. A la muerte del esposo, Ana dedicó el resto de su vida al retiro y la oración, muriendo a la edad de setenta y nueve años.

Aún tratándose de las Fiestas Mayores del pueblo, por los motivos de trabajo indicados,  no se les podía dedicar el tiempo que requerían, ni tampoco se podían alargar más días de los previstos. A pesar de todo y con el fin de que las fiestas tuviesen su celebración, en cada uno de los dos días se madrugaba lo suficiente como para entre los dos, hacer al menos el trabajo de uno. A esto se le llamaba "hacer la mañanada".

En el aspecto religioso no podía faltar la misa solemne, a la que acudía un buen predicador, al final de la cual se desarrollaba la procesión por el pueblo con las imágenes de los Santos. La misa del día 26 se hacía en la hermosa ermita de Santa Ana, una de las más bellas de la Diócesis. Como está situada a unos cien metros del casco urbano, la procesión era más larga y el esplendor de la fiesta el mismo que la del día anterior.

Una parte bastante emocionante de la celebración era el canto de tercia. Para ello se desplazaba el cura con los monaguillos desde el altar, formando una pequeña procesión, subiendo hasta el coro, donde esperaban los cantores. Yo lo recuerdo como participante, con gran nostalgia y emoción

A pesar de la obligatoriedad que imponía el trabajo, no podía faltar el jolgorio durante al menos estos dos días, durante los cuales se desplazaba el gaitero de Lanzuela, que junto a su hijo, amenizaban con su música estos festejos veraniegos. E incluso en alguna ocasión, dependiendo de su ruta itinerante, venía la Compañía de "Arturo", los comediantes que ya hemos comentado en “Los trabajos y los oficios” de los ambulantes.

Actualmente, como los trabajos ya no requieren la dedicación plena, como en el pasado y el pueblo estar pleno de gente de vacaciones, son estos festejos veraniegos los más populares, con lo cual se ha vuelto a recuperar esta celebración como la Fiesta Mayor, que fue en el principio.

En cualquiera de ambas fiestas, podía repartirse durante la celebración de la misa el "pan bendito", en el supuesto de que alguna familia había hecho la promesa de darlo, como cumplimiento a la consumación de algún bien recibido durante el año. Este "pan bendito" consistía en pequeños trozos de bizcocho, que previamente habían sido bendecidos por el cura y que las jóvenes de la casa donante ofrecían a los asistentes a la ceremonia, pasando entre los asientos. Lo transportaban en cestillas de mimbre bellamente engalanadas con blancos lienzos rebordeados de hermosas puntillas que colgaban a su alrededor. Cada persona ofrecida, tomaba con total corrección tres o cuatro de estos pequeños trozos de bizcocho que depositaba en la palma de la otra mano. Algunos se los comían a continuación. Otros, por parecerles más delicado o profanación del lugar, lo guardaban para comerlo a la salida.

2 - Semana Santa y Romerías



Peirón del Calvario


La Semana Santa

La Semana Santa en Cucalón se celebraba de forma tradicional, siguiendo los ritos que marcaba la Santa Madre Iglesia.

Comenzaba el Domingo de Ramos, para recordar la entrada de Jesús en Jerusalén. Consistía en una solemne Misa y procesión con los ramos. Estos ramos los había traído previamente el tío Eusebio, el sacristán, del monte de Badules y posteriormente lo haría el tío Felipe, que también sería sacristán.

Durante estos días los altares se cubrían con telas moradas en señal de duelo, de forma que todas las imágenes quedasen como sin vida, tapadas por estos lienzos.

El Jueves Santo se celebraba la Misa de la Última Cena, "In Coena Domini",  por ser el día de la Institución de La Eucaristía y del Sacerdocio. Después de la Comunión el sacerdote llevaba el copón con las hostias sobrantes al sagrario del Monumento. Esto se hacía bajo palio, portado por las "Fuerzas Vivas" del pueblo. El Monumento, que había sido montado con anterioridad, podía ser visitado por los fieles durante estos días. Después de la misa, el altar quedaba despojado de todo atisbo de ornamentación, incluido el mantel que lo cubría a diario, quedando al descubierto la madera y la piedra de su construcción. A partir de este momento ya no se permitía hacer sonar las campanas, ni siquiera la campanilla de los monaguillos que era reemplazada por una matraca.

El Viernes Santo era el día considerado como el de mayor tristeza y no sonaban las campanas. Incluso la campanilla de los monaguillos era sustituida por una matraca. A los niños se les prohibía cantar, gritar o silbar o cualquier otro signo que significase la menor muestra de alegría. Pero se les permitía salir a la calle, dando vueltas al pueblo disimulando el regocijo que esto les proporcionba, atronándolo con matracas y carracas (carraclas les llamábamos) a la vez que repetían sin cesar el consabido sonsonete: a-ma-tar-los-ju-di-oooos. Como si de un mantra se tratara. Hoy este hecho lo consideraríamos como un acto de xenofobia o racismo.

Por la mañana había oficios religiosos con poca concurrencia, ya que la asistencia no era obligatoria, según las normas eclesiásticas y por la tarde tenía lugar la "Feria in Parasceve", seguida de una procesión. La feria era un día de descanso y el parasceve la preparación que hacían los judíos el día anterior a la festividad del sábado, pero en estas fechas estas ceremonias religiosas se mencionaban en latín. En la procesión, encabezada por la cruz cubierta con un crespón negro, eran portadas en andas la Virgen, con vestiduras negras en señal de luto, y San Juan Evangelista. Se realizaba un Viacrucis hasta "El Calvario", donde se habían colocado cruces de madera, una por cada estación. En la duodécima estación cada uno tomaba una piedra que la depositaba encima del peirón, el cual se rodeaba y se regresaba de nuevo a la Iglesia donde el Sacerdote pronunciaba el sermón llamado de "La Bofetada".

El Sábado Santo se celebraba el rito de la Resurrección. Se iniciaba con unos golpes dados con la Cruz en la puerta cerrada de la Iglesia, que entonces se abría de par en par, penetrando todos los fieles en el templo para celebrar la misa. En el Gloria empezaban a sonar las campanas para anunciar la resurrección de Jesucristo y se quitaban los lienzos del altar. Finalmente el cura realizaría la bendición del agua, que posteriormente recogeríamos con recipientes para llevarla a los hogares y con ella se llenaban las pilas de agua bendita que existían en muchos dormitorios en la cabecera de la cama.  Independientemente, el Párroco pasaba por las casas para bendecirlas, rociando con agua bendita los patios y a la vez se le obsequiaba con alimentos, generalmente huevos.

Por la tarde las mozas, encerradas en la Iglesia, vestían a la Virgen de blanco por la Resurrección del Señor. A este rito no podían entrar los mozos, aunque lo intentaban por todos los medios, convirtiéndolo en un rifirrafe que más bien era un juego picaresco entre jóvenes de ambos sexos. También subían a la torre para bandear las campanas, mientras se pudo, antes de hundirse la iglesia.

El día de Pascua después de la celebración de la solemne Misa se hacía la Procesión de "El Encuentro". Por un lado iba la Virgen y por otro el Niño. Se encontraban en "El Barrio Verde". Allí se hacían las cortesías que eran unas reverencias entre las banderas, las cruces y las imágenes. Terminados estos actos, todos juntos volvían a la Iglesia donde terminaban los actos religiosos.




Ermita de San Lorenzo

La Romería a los Santos

Algo debía tener esta época del año en rituales precristianos, coincidente con el equinoccio de primavera, para que la Iglesia creara una fiesta al aire libre concurrente en el lunes siguiente a la Pascua de Pentecostés. Y en muchos lugares de España se celebran romerías para celebrarlo. El más claro y famoso ejemplo de ello es la Romería del Rocío.
Pues bien, también nosotros siguiendo una vieja costumbre de nuestros antepasados, celebrábamos este lunes siguiente a la Pascua de Pentecostés, una fiesta entre religiosa  y profana: la Romería a los Santos, San Lorenzo y San Bartolomé.

Madoz al escribir sobre Cucalón decía:

y a una hora las de San Lorenzo y S. Bartolomé, situadas en un hondo que apenas penetran los vientos, y distantes entre sí media legua;

Era una bonita excursión que se iniciaba en la iglesia del pueblo, desde donde solamente unos cuantos fieles, generalmente jóvenes y andariegos y acompañados por el Sacerdote y monaguillos, empezaban la romería por el camino de la Sierra hacia la primera ermita, San Lorenzo (1237 m. altitud), en la partida denominada "La Cañada". Allí antiguamente el oficiante y mirando hacia la Sierra como si se tratara de un rito ancestral, bendecía los términos y los fieles rezaban unas sencillas oraciones implorando al Santo por la bondad de las cosechas.

La ermita de San Lorenzo se construyó el año 1943 en el mismo lugar, aunque más pequeña que la anterior, ya que amenazaba ruina.




Ermita de San Bartolomé


A continuación y a campo través por una estrecha senda, se dirigían a la segunda ermita donde esperaban la mayoría de los vecinos del pueblo. Estos habían subido por un buen camino, el del Río, con carros y caballerías engalanadas con aparejos festivos, tomando a continuación el de "La Huerta", llamada así porque en este minúsculo microclima se cultivaban en terrazas unos pequeños huertos, bastante productivos. Antes de emprender la última cuesta para llegar al Santo, San Bartolomé (1189 m. altitud), podías echar un trago de agua fresca en la fuente también llamada de "El Santo", con la que se regaban los huertos mencionados.

En esta ermita se ven unas ruinas de rústicas viviendas, que bien pudieran tratarse de algún despoblado.

A este respecto, Rafael Esteban Abad en su Estudio histórico político sobre la ciudad y Comunidad de Daroca, como ya hemos dicho en “Cucalón en el pasado histórico”, al enumerar los pueblos desaparecidos dentro de la comunidad, da como correspondiente a esta sesma el de Puerto Eliche, (en otros documentos también nombrado como Portus Orrich, Puerto Élice o El Puerto, simplemente), cuyo término al desaparecer, fue agregado a Cucalón.
        
Este núcleo aparece mencionado, junto a Cucalón, en las Rationes Decimarum Hispaniae (1279-80). Es decir, que está debidamente documentado, que en el año 1280  existía un poblado cerca de Cucalón con el nombre mencionado.

Volviendo de nuevo a la romería y reunidos todos los asistentes en la ermita de San Bartolomé, se procedía a la celebración de una solemne misa con sermón. Terminado el acto religioso, iban todos por grupos a coger sitio para preparar una suculenta merienda, acompañada con vinos de la tierra, obsequio del Ayuntamiento. Las señoras del Alcalde y Concejales hacían lo propio, preparando la merienda para las autoridades del pueblo.

La alegría reinaba por doquier sobre todo de los niños y los jóvenes, que jugaban y bailaban mientras los mayores comentaban sobre cosechas y ganados, añorando las romerías de antaño. Al atardecer, después de despedirse del Santo, vuelta a casa. Durante el trayecto los mozos, entre canción y canción, jugaban al Monte Villaco (probablemente era una tergiversación de la expresión Miente bellaco) consistente en juegos de palabras a las que tenía que contestar el nombrado en la frase. Si se equivocaba en la contestación o no estaba atento cuando le correspondía, debía pagar una sanción consistente en beber un trago de vino. Como se puede comprender fácilmente, para estos mozos ya "calientes"  por el vino ingerido durante toda la jornada, estos últimos tragos terminaban de bordar su situación anímica.

En la actualidad, y debido a la despoblación, la romería se hace en domingo, para que los no residentes en el pueblo puedan asistir y pasar un día agradable. Y la subida a los Santos ya no se hace en carros y caballerías, sino en coches y tractores. Incluso alguien llegó a proponer, para evitar los inconvenientes del desplazamiento, la construcción de una sola ermita junto al río.

Esperemos que esta fiesta se mantenga.

3 - El Mayo, las Hogueras y el Baile




 Mayo de Aliaga (Teruel)

El mayo

Dice Julio Caro Baroja en La estación de amor - Fiestas populares de mayo a San Juan, (Taurus Ediciones, Madrid, 1979).

Hay costumbre en muchos puntos y regiones de España -como ocurre en una gran parte de Europa- de colocar en la plaza del pueblo o en un lugar determinado, el último día de abril o el primero de mayo, un gran árbol denominado "mayo" precisamente, al que se adorna lo mejor que se puede.

Este "mayo", este árbol, en algunos sitios es sustituido por un poste o palo largo, a modo de cucaña, llamado "mayo" asimismo y lleno también de adornos.
Mas sucede que el árbol o poste en varios pueblos y regiones lo han dejado de colocar en la época característica para ponerlo en el día de la festividad patronal, conservándose -sin embargo- el nombre. Vamos a ver algunas viejas definiciones del "mayo".
Mayo -dice Covarrubias- suelen llamar en las aldeas un olmo desmochado con sola la cima, que los moços çagales suelen en el primer día de Mayo poner en la plaça, o en otra parte, y por usarse en aquel día se llamó Mayo: y assi dezimos al que es muy alto y enxuto, que es mas largo que Mayo, entiéndase deste arbol, y no del mes, pues otros meses traen tantos días como el"'.
En efecto, Correas trae estos refranes: "Tan largo como mayo; como un varal, como la Cuaresma"; "Mayo el Largo": "así le llaman -comenta- por sus días largos y por el palo alto que levantan su primer día y le llaman mayo". Y en la sección de frases comenta la de "Largo como mayo" de esta manera: "Mayos son unos palos largos que levantan en alto por mayo en algunas tierras, por uso antiguo".

Cucalón igualmente, no podía sustraerse al influjo de esta tradición. Para ello se reunían los mozos más fuertes, normalmente los quintos del año, e iban a buscar el árbol más alto y recto que pudiera existir en el término, normalmente por el Rio. Casi siempre era un chopo al que le desmochaban las ramas laterales para dejarle exclusivamente el tronco central terminado con unas pocas hojas en la punta a modo de corona. Con el fin de que el dueño no pudiera demostrar su propiedad, primero hacían el corte normal para talarlo y después un trozo más arriba en el tronco, otro corte para despistar. De esa manera se veía a simple vista que no coincidía el corte del mayo con el tocón que quedaba en el río o ribera.
        
Hacía falta mucha fuerza y maña para colocarlo, pero se disponía de diestros sabedores con experiencia para hacerlo. Se ponía siempre de noche, anclado en el suelo dentro de un agujero existente, donde ya se habían levantado mayos en años anteriores. Para hacerlo se precisaban sogas y escaleras, cosa consabida de antemano. Antes de subirlo se enjabonaba bien para que al trepar fuera resbaladizo y en la parte superior colocaban chucherías e incluso algunas veces un pollo.

Al día siguiente el mayo se erguía esplendoroso en medio de la Plaza durante todo el mes, siendo su contemplación un gran espectáculo para el vecindario. Incluso se permitían toda clase de comentarios comparativos sobre su altura, grosor o belleza respecto a otros de años anteriores. Muchos jóvenes intentaban escalarlo, mas dada su dificultad resbaladiza, era normal casi siempre fracasar en el intento. Finalmente alguien lo conseguía.

Terminado el mes de mayo, los mismos que habían intervenido en su colocación, lo volvían a desanclar de su colocación para venderlo a quien estuviera interesado en adquirirlo. Con el dinero obtenido celebraban una merienda para todos, incluidos los amigos.

Las hogueras

Solamente se hacían hogueras en Cucalón, en dos ocasiones que yo recuerde: san Antón (17 de enero) y santa Lucía (13 de diciembre).

En la noche del 16 de enero, es decir la víspera de san Antón, se encendía una hoguera junto al peirón de santa Ana, sobre cuyos rescoldos se bendecirían los animales al día siguiente, tal como hemos indicado al hablar de los peirones. Los mozos, como siempre, eran los encargados de organizar la hoguera, para lo cual iban de casa en casa pidiendo leña para este fin. Normalmente, los vecinos que pensaban llevar los animales a bendecir ya tenían preparados los fajos de leña en la puerta de la casa, con el fin de que ya no tuviesen que molestarse en pedirla.

De igual modo la noche de santa Lucía, que para eso era abogada de la buena vista, se preparaban hogueras por todo el pueblo, pero esta vez en cada esquina. La leña la aportaban los vecinos más próximos a cada una de ellas y competían entre sí para preparar la más grande o la más duradera.

Todo ello se realizaba entre festejos y regocijo. La base del festejo era siempre la misma: reunión de familiares y amigos para comer, beber y en este caso, visitar en ronda cada una de las hogueras del pueblo, para poder hacer al día siguiente los comentarios pertinentes.

Aunque yo no lo recuerdo, probablemente hubo un tiempo en que también se harían hogueras para San Juan, siguiendo la tradición generalizada en toda Europa, principalmente en el hemisferio norte, para celebrar la llegada del solsticio de verano.

Los bailes del domingo  
        
La mayoría de los domingos por la tarde, exceptuando los de la recolección, se celebraban bailes para los jóvenes, amenizados por el ciego de Lanzuela con su violín, bandurria o laúd. Al finalizar el baile, todos los mozos escotaban para pagarle en proporción al número de asistentes.

Los adolescentes empezaban a ser admitidos, cuando los mozos consideraban que ya eran aptos para entrar en el grupo o clan. A partir de entonces entraban en el baile y escotaban su pago como los demás. Cuando una madre decía que su hijo "ya entraba en el baile", venía a decir que ya era todo un hombre, por cuanto era admitido en el grupo de los mozos. Esto me recuerda los ritos tribales, para celebrar el paso de la última fase de la adolescencia a la edad adulta.

Los niños y adolescentes, también trataban de participar incorporándose al jolgorio, pero finalmente eran expulsados por los mozos, normalmente con cajas destempladas e incluso a veces a correazos.


sábado, 10 de noviembre de 2012

4 - El Carnaval y los Juegos




El carnaval

Aunque las fiestas de Carnaval fueron suprimidas por decreto en el año 1939, aún pasaron varios años hasta que en pueblos pequeños como el nuestro se hizo efectivo dicho decreto. Pero al final fueron prohibidas definitivamente por la Guardia Civil.

Como dice Josefina Roma Riu en Aragón y el carnaval (Guara Editorial, Zaragoza, 1980),

Aunque desaparecieran las fiestas de los días propios de carnaval, no desaparecieron las restantes de la constelación de invierno, que en muchos pueblos constituían su verdadero carnaval, como La Candelera, san Blas, santa Águeda, san Antonio, san Vicente, etc., que muchas comunidades guardaron como la Fiesta Chica de invierno, ...

No vamos a entrar en detalles de los motivos de la prohibición, pues no vienen al caso para este trabajo. Solamente decir, que no volvieron a restituirse hasta la instauración de la democracia actual.
        
Parece ser que para la investigadora citada anteriormente el Carnaval es una

celebración del final del invierno y recomienzo del ciclo productor de la naturaleza y del hombre...,una interacción entre el mundo tangible y el mundo del Más Allá..., para lo cual se requiere una purificación individual y colectiva, siendo la fiesta en sí misma la inversión del tiempo cotidiano, de ahí el disfraz, el cambio de papeles... y en un ensalzamiento reversible de los sectores menos favorecidos de la sociedad, la mujer, los niños, los pobres...

En nuestro pueblo, según puedo recordar todavía, el festejo consistía en los disfraces, la chanza, el jolgorio, el baile, la comida y la bebida.

Pero el juego principal durante los tres días de fiesta consistía en el disfraz, y su éxito dependía, de ser o no ser reconocida la persona disfrazada. Los jóvenes e incluso los niños, lo hacían por cuadrillas y daban vueltas al pueblo para dejarse ver por todo el vecindario. Cuando al pasar por delante de alguna puerta si alguien hacía algún comentario de "esa es fulanita", la interpelada le hacía un gesto negativo con la mano para darle a entender que no había acertado. Lo cual provocaba las risas del grupo.

Los disfraces consistían en ocultar el rostro lo mejor posible y disimular el resto del cuerpo con ropas viejas y antiguas, embozos, capas, cobertores o cualquier otro tipo de prenda que pudiera hacer de sayón. Algunos disimulaban la altura colocándose encima de la cabeza algún objeto, por ejemplo un palanganero de hierro o madera y cubriendo el conjunto con una sábana.

Pero todos éstos eran los teloneros, como diríamos hoy en día. Los verdaderos protagonistas eran los "mascarones", representados por los mozos. Se pintaban la cara con hollín o sebo de carro, se cubrían la cabeza con un capazo viejo de esparto, se ponían sayas de sacos o pieles de oveja, peladizos en los pies y una ristra de esquilos, cencerros y trucos (así llamados a los esquilos grandes) atados a la cintura, haciéndolos sonar con gran estruendo al correr y saltar. Mientras recorrían el pueblo, lanzaban harina a cuantos encontraban a su paso. Siendo las mozas sus objetivos predilectos, sucedía a  veces que casi no podían salir de casa pues las embadurnaban por completo e incluso las espiaban  y cuando iban a la fuente o al horno salían a su encuentro para llenarlas de harina de la cabeza a los pies. En alguna ocasión provocaban algún enfado que no llegaba a mayores, pues normalmente todo se sucedía con desenfado y regocijo.

Y el gran público, es decir, la mayor parte del vecindario, esperaba en la Plaza a que llegaran los "mascarones" y aunque los niños empezábamos a llorar de temor, desde que oíamos los cencerros que se aproximaban por las calles vecinas, los mayores gritaban de alegría en cuanto aparecían por alguna esquina. Y mientras los disfrazados espolvoreaban harina a los asistentes y asustaban a los niños (lo cual en esta época era muy divertido para los mayores, por cierto), los demás especulaban sobre la identidad de cada "mascarón".

Respecto de la harina hay que decir, que unos días antes del Carnaval había quien molía una talega de cebada (para no gastar el trigo), con el fin de tener harina abundante para estos festejos.

El día finalizaba como siempre en todas las celebraciones: con baile para los jóvenes, pero esta vez con mascaretas. En este caso, las mozas sacaban a bailar a los mozos, es decir, el cambio de papeles en lo cotidiano, como hemos dicho anteriormente, para un sector de los más desfavorecidos de la sociedad: la mujer.


Los juegos en general

Cada edad y sexo requería los suyos propios. Así, los niños durante el recreo jugaban al marro, a la una anda la mula, a los tejos, o cualquier otro que requiriera movilidad. Por las tardes, después de la escuela o los festivos, jugaban a las carpetas (cartetas) o a los "cuscutos" (la mitad de las carpetas), o simplemente a correr y saltar. Si hacía frío o llovía, todos estos juegos los realizaban dentro de la plaza.

Los juegos de las niñas eran distintos, de una parte debido a la educación recibida y  de otra porque requerían menos fuerza y más habilidad, menos rudeza y más sensibilidad. Realmente no estaba bien visto que chicos y chicas pudieran intercambiarse los juegos. Si una chica jugaba con los chicos era un "chicazo" y a la inversa el chico era un "mariquita"

Las niñas jugaban a la comba, mientras cantaban:  "Al pasar la barca me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero..." o "¿Dónde vas Alfonso doce, dónde vas triste ti?...". También jugaban al limbo, a las tabas o al descanso.

Los jóvenes lo hacían a la pelota, a la bola, a saltar (tres saltos con una piedra en cada mano de contrapeso), a la barra... Para los un poco mayores era típico tirar al palo. Para el juego de la bola, se utilizaba como campo de tiro el camino de Daroca, siendo la Plaza el punto de partida, por eso al primer tramo se le conocía como "El tirador". El juego consistía en lanzar una bola de hierro, rodando, sin que se saliera del camino. Vencía quien, en una tirada menos, la lanzaban más lejos o llegaba a la meta estipulada.

Había un juego mixto, en el que intervenían chicos y chicas en edad casadera. El juego consistía en formar un pasillo (o a veces un corro), a cuyos lados se colocaban todos los participantes: chico, chica, chico, chica..., siempre alternando y en el centro del pasillo un chico solo o una chica sola, según correspondiera. Cuando los del pasillo ayudándose con palmadas rítmicas  empezaban a cantar, el que estaba en el pasillo iniciaba un paseíllo al mismo ritmo de las palmas, mientras cantaban:

“El señorito Fulano (o señorita, Fulana según correspondiera)
Ha entrado en el baile,
Que lo baile, que lo baile,
Que lo baile
Y el que no lo baile
Medio cuartillo pague
que lo pague, que lo pague
que lo pague.
Ante la orden imperativa de
¡Salga usted!,

el chico que está bailando debe señalar a una chica, o si era una chica a un chico, y cogiéndola de la mano la introduce con él en el pasillo, para seguir bailando juntos cogidos de la mano y sin haber perdido el ritmo, mientras el coro continúa cantando:

Que la quiero ver bailar
Saltar y brincar
dar vueltas al aire
Con lo bien que lo baila la moza
Déjala sola, sola, solita
Sola bailando…

y en este momento la chica que ha entrado suelta la mano del chico, quien debe colocarse de nuevo en su sitio, en el lado que le correspondía de inicio, mientras el coro vuelve a iniciar la canción, desde la primera estrofa, dando la bienvenida con su propio nombre a la nueva participante.

Las mujeres lo hacían al juego del quince. Para ello se reunían formando un corro en las replacetas, si hacía buen tiempo o en la cocina de una casa si hacía frío. Este juego consistía en poner en el centro del círculo formado, una moneda de cinco o de diez céntimos cada jugadora. La que llevaba la baraja daba una carta a cada una. La jugadora de turno podía “plantarse” con la carta recibida o bien seguir pidiendo cartas sin pasarse de quince ya que en ese caso perdía. Una vez servidas todas las jugadoras, la que llevaba la banca, obraba en consecuencia a lo que veía en el corro, es decir se “plantaba” con la primera carta o se servía a sí misma. Finalmente se descubrían las cartas  de las “plantadas” y la que tenía más puntos ganaba la partida y recogía las monedas del corro. Si alguien obtenía quince, desde ese momento recogía las cartas y se proclamaba la banquera. En caso de empate siempre ganaba la banca o la que era mano. El valor de las cartas era el siguiente: la sota, el caballo y el rey valían diez puntos, las demás por su figura: 1, 2, 3, etc. Como se puede apreciar es muy parecido al siete y medio.

Anteriormente a este período, en la juventud de mi madre, las mujeres también jugaban a las birlas. Era un juego perecido al de los bolos, pero con otras normas ajustadas a las formas y número de las birlas, ya que estos palos labrados son más esbeltos que los otros y por tanto con una base menor.

Era muy entretenido el domingo después de la salida de Misa, ver jugar un partido de pelota en el trinquete, generalmente entre mayores y jóvenes o entre casados y solteros. Unos aportaban la experiencia y los otros la fortaleza. El auditorio se colocaba en la parte exterior de la Plaza, sobre los bancos ya que los dos arcos eran diáfanos, para contemplar el partido y animar y aplaudir a los jugadores. A veces se sucedían varios partidos consecutivos.

Una vez terminado el partido, todo el mundo se marchaba a su casa a aviar a los animales y después de comer, los casados se iban un rato al café. Allí se jugaba al guiñote, al subastado o al arrastrado. Algunos jugaban a la banca o al siete y medio.

Y los solteros se marchaban al baile.

Aunque había más formas de entretenimiento, estos eran los más propios para los domingos, tras los duros trabajos cotidianos.